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Pablo Seguí

TOCO Y ME VOY

Señaladores


Pablo Seguí


Antología de la poesía argentina, vol. II, por Raúl Gustavo Aguirre.


De esta antología, de esta gran antología, me falta el primer volumen. Los otros dos me acompañan de hace años ya. Con esta relectura compruebo que tanta riqueza abandonada aún sobrevive. Qué importa que la mayoría no se vuelque a la lectura del pasado. (Qué importa lo que la mayoría haga o deje de hacer.) Leo los poemas de estos hombres y mujeres nacidos entre 1911 y 1930 y sueño. Sus años de juventud, sus veleidades, sus ansias se me presentan, y en ellos me reconozco como uno más. Qué importa lo que pase mañana: todos entrevimos la gran capital de la Belleza; todos nos entregaremos al sueño final del olvido.


Zur Dos / Última poesía latinoamericana. Por Yanko González y Pedro Araya.


Una colección de voces dispares, para todos los gustos. Los argentinos que aquí figuran son los consagrados de estas tres últimas décadas, pero lo interesante es acceder, aunque en una mínima cantidad, a producciones de otras partes de Latinoamérica. Con algunos toques revulsivos, otros conformistas, otro incluso descreídos, “ZurDos” es una buena muestra de lo que se hizo hasta casi ayer. Porque del futuro, e incluso de hoy mismo, nada sabemos. En ese sentido acierta Zaidenwerg al titular a la suya «Penúltimos».


Francisco Luis Bernánrdez. La ciudad sin Laura. El barco.


Estos dos libros fueron muy leídos en su momento. Hoy nadie menciona a su autor. De rara perfección formal, quizá nos disguste su catolicismo.

¿Por qué? El mundo es otro, pero sigue siendo intolerante. Hoy entre la juventud manda el ateísmo militante. Entre cierta juventud: la revolú, la que se visibiliza. No sabemos leer lo diferente a nosotros. Con Homero, que era politeísta, no tenemos drama, pero no así con “La Biblia”. Podemos delirar con asertos del budismo, pero que no nos hablen de Cristo. Y, sin embargo, ahí están los que tímidamente, en cuarentena, comienzan a leer, o al menos a nombrar, el Apocalipsis. Cegados por la intolerancia, el buque de Bernárdez transita el cielo del olvido, así como tanto libro del pasado que se atrevió a decir “creo en esto”. Presente condenatorio de la diferencia.


Alberto Girri. Poemas. Antología.


Este autor me acompaña de hace muchos años ya. Lo leo con extrañeza y agrado. Pero esta vuelta noté en su dicción una como amargura, una impaciencia, un desprecio generalizados: como si escupiera sus poemas, pese a todo —pese, sobre todo, a sí mismo—. Una obra como que no hecha con amor. Cosa muy posible: cuánto poeta meloso hay que agoniza de dulzura, con buenos deseos para todos y esperanza y emoción desde que se despierta hasta que se va a dormir, y aun en sueños catequiza las emociones, los suaves sentimientos, los deliquios de su almita simple y feliz. Acidez, poca o mucha, maldad: en el cuadro de los poetas, también hace falta la negatividad.

Alejandro Bekes. Si hoy fuera siempre.


Releo con verdadero gusto este libro. Ahora que, me encuentro con cierta enunciación atemporal. Es cierto que la historia se hace presente: basta con ver las notas finales. Pero eso: ha sido necesario redactar dichas notas. Por lo demás, la poesía de Alejandro Bekes es paciente, constante, dulce, empáticamente humana. Eso que digo de lo intemporal claro que tiene una faz benigna, sobre todo en el clima presente en las grandes ciudades. Se agradece.

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