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DE LA POESÍA ESCRITA Y LA NO ESCRITA

El poema no puede ser sino un modo de fracaso. 

R.H. Herrera

Todo poeta sabe (aunque se niegue a admitirlo) que la poesía no escrita es más numerosa que la poesía escrita. También sabe (aunque se niegue a aceptarlo) que siempre será mejor. Todos esos poemas soñados, imaginados, esbozados en la mente, todos esos poemas que como una ráfaga fugaz se presentan en la cabeza del poeta y que como por arte de magia, al momento de pretender plasmarlos en el papel, desaparecen como llegaron, con la misma misteriosa velocidad con la que se presentaron, tan nítidos y al mismo tiempo tan distantes, dejando al poeta con la profunda sensación de no haber alcanzado lo percibido. Y sin embargo, de ello depende la experiencia poética que da nacimiento a la poesía escrita. Porque cuando se escribe un poema, muchos otros han dejado de escribirse. El famoso poema de Frost, “El camino no

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seguido”, puede resultar un claro ejemplo si lo leemos en este sentido, y sus versos finales un símbolo de la escritura poética:

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Dos caminos se abrían en un bosque y yo,

yo seguí el menos transitado,

y en eso consiste toda la diferencia. 

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No existe el poema perfecto, y es absurdo pensar que algún poeta haya llegado a alcanzar alguna vez la perfección en su obra, pero lo que no es absurdo de ninguna manera para el poeta es aspirar a ella. Si algo bueno tiene la búsqueda de perfección es la constante exigencia que demanda, la cual puede, es verdad, resultar en ciertos casos abrumadora. Pienso, por supuesto, en Mallarmé, quien según palabras de Valéry “durante treinta y tantos años fue testigo o mártir de la idea de lo perfecto”, y del que dice que sólo sacaba a la luz los restos. Y también en nuestro Enrique Banchs, quien yendo más allá que el primero, cansado de los “restos”, abandonó la poesía escrita, material, para mantenerse en una poesía no escrita que sólo puede darse en el pensamiento: “Cuando pienso un soneto –escribe– me parece que ya lo he realizado y tengo la sensación de que una vez escrito, defrauda (…) escribir es tarea material, lo que importa es pensarlo; realizo la obra para mí, el objeto es pensar una imagen poética y luego la abandono”. Claro que Mallarmé y Banchs son dos casos extremos de poetas que, en su búsqueda por alcanzar el ideal, confunden los planos de la realidad y terminan enmudeciendo, pero no es común que eso pase. Lo común es que el poeta, a pesar de la frustración, siga escribiendo. 

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Desde el momento en que un poema ha sido escrito, el poeta sabe que ya no le pertenece, y que debe abandonarlo para concentrarse en el siguiente y en aquello que no llegó a decir, que no llegó a captar en lo escrito. Porque son los poemas que sueña en escribir su única pertenencia, y en definitiva es en ellos donde reside la verdadera vida de la poesía. 

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Cuando decimos que la vida puede ser un poco menos horrorosa gracias a que existe la poesía, lo que estamos queriendo decir en el fondo es algo muy egoísta, como debe ser toda sentencia que involucre el deber ser y el buen vivir, y es que lo será un poco menos para el poeta si logra escribir otro poema y para el lector amante de la poesía que se adueñará de él una vez escrito. Es en este intercambio de posibilidades donde reside el verdadero poder de la poesía, y me sorprende que todavía no lo hayan advertido los eternos fatalistas que no se cansan de predecir su muerte. Ignoran que su esencia está en la posibilidad de nacer, ¿cómo podría morir aquello que aún está naciendo?

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C.R.

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